martes, 16 de junio de 2015

Preysler, Colau y la seducción.


Siempre he pensado que Don Juan hubiese debido ser un personaje femenino. Solo nosotras utilizamos la seducción como arma. Y solo nosotras sabemos que el éxito no es llevarse a alguien a la cama (algo relativamente fácil y fútil), si no hacer que esa persona se enamore perdidamente de ti. Los grandes seductores que conozco seducen para ligar, nosotras seducimos para enamorar. Y en ese matiz está toda la diferencia, claro. En ese matiz está la perdición (de unos y de otros, de todos) y la mayoría de las grandes novelas de amor que se han escrito. Las grandes seductoras se juegan la vida, los grandes seductores, no.
Ada Colau, a la que he votado -y a la que dejaré de votar en cuanto presente a algún tipo del estilo de Zapata (bochornosa la forma torpe de expresarse, y más en alguien que dice haberse dedicado a los libros y a la cultura, y bochornosos sobre todo los segundos que tardó en responder a la pregunta de si le parecía mal que hubiesen silbado e insultado a los representantes de Ciutadans a la salida del Parlamento. Tan bochornoso que el tío que estaba a su lado tuvo que intervenir para decir que claro, que está mal insultar a los representantes de cualquier partido, si no lo hubiese hecho, Zapata y su barba y su camisa de cuello mao se hubiesen metido en otro lío)- es una gran seductora. No lo ven los pobres desgraciados que solo juzgan a una mujer por su físico y por su forma de vestir y que tienen tan poca imaginación que solo se la pueden imaginar haciendo espaguetis y pasando el aspirador (lo que les jode en el fondo es la certeza de que son ellos los que no le interesan NADA a ella), pero lo vemos (o lo sentimos) todos los demás y lo sabe ella perfectamente. Sin embargo, claro, no le llega ni a la suela del zapato a Isabel Preysler, la mayor seductora del reino (Ada Colau es una seductora parcial, hay gente que no le interesa en absoluto. Preysler es la seductora total, nadie queda fuera de su radar ni de sus garras). No la conozco personalmente pero no sé de nadie que la haya conocido en persona y que no haya caído rendido a sus pies. Ligarse a Vargas Llosa es una genialidad absoluta, hacen una pareja "made in heaven" como dicen los anglosajones cursis, son perfectos el uno para el otro (solo hay que ver las fotos, parece que lleven 20 años juntos). Y como él tiene casi 80 años, cuando se muera, ella todavía tendrá tiempo para otro, para seguir dándonos lecciones de "savoir faire". En fin, que la vida nos sonríe.

La foto: otra grandísima seductora, además de genio absoluto: Colette.
PS: Estoy escribiendo un prólogo para Dúo, una novela corta suya que publicará Anagrama dentro de poco.

viernes, 5 de junio de 2015

Adiós a todo eso.

   



     Todos los que hemos leído a Capote (y si no lo habéis hecho todavía, no perdáis más tiempo conmigo y salid corriendo a comprar uno de sus libros, todos son maravillosos) tenemos nuestro Tiffany's particular (el lugar donde iba Holly Golightly, la protagonista de "Desayuno en Tiffany's", cuando necesitaba pensar, estar sola, refugiarse). Mi Tiffany's era Vinçon, la famosa tienda de Paseo de Gracia que está a punto de cerrar. Mi Tiffany's también era Semon y también era Gonzalo Comella, los patios de recreo de una infancia privilegiada en la que la felicidad era algo tan obvio como que el sol iba a salir cada mañana.
     Ayer me acerqué a Vinçon con la vaga sensación de que iba a un funeral, con la congoja que producen las despedidas definitivas, a regañadientes también (¿por qué ir a visitar a un moribundo cuando fuera hace sol y ha llegado la época del mar, del vino helado y del derroche? ¿No se podía morir en otoño o en invierno, como todas las cosas, como todos nosotros?).
     La tienda está igual, pero prácticamente vacía, quedan algunos  muebles y objetos que parecen más furiosos y ofendidos por su repentina soledad y desnudez, que otra cosa. El espacio ya no te acoge ni te protege, quiere que te largues (dejadme en paz de un puta vez, quiero estar sola). Tuve la sensación de estar viendo a alguien fulminantemente demacrado por la enfermedad (¿pero cómo puede ser, si la última vez que le vi, estaba bien? ¿Cuándo fue? No ha pasado tanto tiempo...). Y la sensación también de ser un buitre, esperando recoger los restos de no se sabe qué.
    Había pensando que compraría toda la tienda (que montaría un mini Vinçon en casa), pero en un último gesto genial (Vinçon fue realmente una tienda genial, con una idea detrás, con una visión del mundo), en los espacios que solían estar llenos de objetos maravillosos (la mejor selección del mundo), han colocado cientos de las míticas bolsas de Vinçon, pero sin nada en su interior, solo las preciosas bolsas de papel.
     Y decido no comprar nada, no despedirme. Y me marcho con las manos vacías, un poco más vacías, incluso, que al entrar.