lunes, 28 de marzo de 2011

¿Qué me pasa, doctor?

Estoy un poco preocupada. Hace unos días, vi estas braguitas gigantescas de la foto y de repente me parecieron lo más sexy del mundo. No lo entiendo. Yo, para la ropa interior, siempre he sido partidaria del menos es más, del encaje, la transparencia, la delicadeza, el peso pluma, lo más mínimo, lo más suave, lo más acariciante, lo más cosquilleante; o, alternativamente, de las braguitas de algodón lisas de Petit Bateau. Y, sin embargo, estas bragas de cuello alto, más parecidas a un corsé, a una especie de armadura, estas braguitas tan raras, tan antiguas y novedosas a la vez (puedo imaginar a Liz Taylor en La gata sobre el tejado con algo así, pero ni yo ni mis amigas hemos llevado nunca un artilugio de este tipo), me ponen de buen humor. Imagino lo difícil, lo desquiciante que debe de ser ponérselas y quitárselas, las imagino con un vestido súper ligero, liviano, un poco raído, bondadoso e inocente encima (de algodón, de flores minúsculas, por ejemplo), imagino cómo deben afectar la forma de moverse y de sentarse. En principio, cualquier prenda que altere de forma artificial la postura del cuerpo -como también hacen los tacones-, me interesa y me intriga. La moda del siglo XX (y sigue igual en el XXI) fue como una flecha hacia la liberación y la comodidad, pero la moda y la ropa también es juego y artificio, sino no es nada. En fin, ¡qué rara es la vida!, está llegando el verano y yo lo que quiero son unas braguitas que llegan hasta la barbilla. Voy a llamar a mi psiquiatra ahora mismo, creo que, signifique lo que signifique este asunto de bragas, se alegrará de que por una vez no le hable de mi madre.
Feliz semana, queridos.

jueves, 24 de marzo de 2011

Necesito cien leones y punto.



Hoy tenía pensado hacer un post sobre las virtudes de los shorts tejanos. Soy una obsesa de los tejanos. Para mí, la búsqueda del tejano perfecto es como para Indiana Jones la búsqueda del Santo Grial, o para algunas mujeres la búsqueda del traje de baño perfecto o del hombre perfecto. No existen, claro, sino la vida sería un aburrimiento (¿a qué nos dedicaríamos?). Pero se trata de un asunto muy serio, complicado y "time consuming", como dicen los ingleses. Acabé el verano pasado harta de los shorts tejanos, de que se hubiesen convertido en un uniforme para todo el mundo (incluida yo). Y, sin embargo, en cuanto ha salido el sol, lo primero que me he preguntado es dónde estaban mis shorts favoritos. Tengo varios, algunos, perfectos, de Zara, otros (no tan perfectos) que me he hecho yo misma cortando vaqueros viejos y otros, más exóticos -como el de la foto, por ejemplo, de Current/Elliott-, que me hacen sentir la Indiana Jones de los tejanos. Me parece que volverán a ser la prenda del verano. Y me alegro. Se pueden llevar de mil maneras, pueden ser sexys sin ser vulgares, clásicos y rock & roll a la vez, son cómodos y, si se eligen del largo adecuado, pueden favorecer a casi todo el mundo. Pues así andaba yo, sumida en mis reflexiones tejaneras, cuando se me ha cruzado por delante el vestido más increíble y guay y "lo necesito ya" del planeta tierra. Un vestido de algodón estampado con cabezas de león, ¡¡¡¡¡DE LEÓN!!!!! No sé vosotros, pero yo ya no concibo la vida sin este vestido (mi cuerpo cubierto de leones). El amor es exactamente eso, ¿no? Bueno, voy a llamar a Teresa a ver si me puede hacer un prestamito, empezaré diciéndole que estoy enamorada, seguro que lo comprende...

martes, 22 de marzo de 2011

Dos debilidades


Tengo dos debilidades, bueno no, tengo cincuenta mil debilidades, de todo tipo, yo creo que mientras más debilidades, mejor, ¿no? (cruzo los dedos y le pido a todos los dioses de la moda que mi profesor de yoga no lea este blog). Las debilidades son aquello que nos hace cosquillear por dentro, reacciones automáticas de deseo, una especie de atracción fatal, de inclinación excesiva o irracional hacia algo que no siempre es beneficioso para nosotros. En fin, que no se puede tener debilidad por el tofu o las acelgas, por ejemplo (a no ser que estés realmente muy muy muy muy chalado o que seas muy muy muy perverso). Y sí que se puede tener debilidad por el chocolate, los mojitos o los hombres con manos de carpintero y ojos relucientes, por ejemplo. En el terreno de la moda, no conozco a nadie que no tenga, al menos, una debilidad. Incluso la gente con el gusto más refinado cojea por algún lado, lo cual no deja de ser encantador ya que, normalmente, nuestras debilidades estilísticas están relacionadas con recuerdos de infancia, con primeros amores, con la felicidad era eso. Mis debilidades (que pienso explotar a tope este verano ya que mi marca de ropa favorita esta temporada las comparte conmigo) son: el "tie dye" (un método tradicional para teñir la ropa utilizado antiguamente por muchas culturas y popularizado en occidente a finales de los sesenta a través de la cultura hippie) y la "broderie anglaise"(una especie de encaje calado con el que se suelen hacer blusas pero también otras cosas, he visto un vestido negro de tirantes genial). Pues bien, os aviso que he decidido comprarme todas las prendas de "tie dye" y "broderie anglaise" que encuentre. Mejor eso que pasarme el día comiendo chocolate y bebiendo mojitos, ¿no?

miércoles, 16 de marzo de 2011

Cómo ir vestida de fiesta

No me gustan demasiado los eventos en los que se supone que uno debe abandonar su ropa de todos los días para vestirse de fiesta: bodas, operas, premios, etc. Estoy a favor de vestirse según las circunstancias, claro, creo que es una muestra básica de respeto hacia los demás, de buena educación (aunque dé una pereza horrible). En una ciudad no se puede vestir como en la playa (porque hay personas cursis y chorras como yo a las que nos afectan y deprimen ciertas visiones), en una iglesia no se puede vestir como en una discoteca (aunque ambos lugares, en estilos totalmente distintos, puedan tener su morbo), en un restaurante de lujo no se debería vestir como en el bar de la esquina (porque hay un tío que se ha pasado meses creando unos platos y lo mínimo que podemos hacer es ponernos un vestidito mono, ¿no?). No por uno mismo (la mayoría de nosotros podríamos pasar la mayor parte del tiempo en camiseta y tejanos), sino como muestra de reconocimiento al lugar donde uno está y a su gente. Pero a la vez creo que el estilo, esa mezcla mágica de magnetismo y movimiento, tiene siempre un elemento de vitalidad, de despreocupación. Y ese elemento resulta difícil de transmitir si uno va peinado, vestido y calzado de fiesta. La perfección absoluta no suele tener mucho estilo, para que algo palpite, emocione, turbe, tiene que haber algún fallo, algo un poco borroso, un poco movido, un poco estropeado, un poco personal. Recuerdo una foto maravillosa de Daryl Hannah (que he buscado y no he encontrado) vestida con un traje de noche dorado espléndido, de espaldas y mirándose al espejo en un salón de Versailles, se le ve la planta de un pie y está inmunda, sucísima. Pues bien, ese pie descalzo y sucio es lo que hace que sea una foto maravillosa. Por otro lado, creo que la mejor  manera de llevar un vestido de noche -me encantan los vestidos de noche, ya os lo contaré otro día- es medio despeinada, con cara de sueño y sin nada más.
Me pregunto si en el Liceo se puede entrar sin ropa interior y descalza...

viernes, 11 de marzo de 2011

Los chapines de Dorothy

Me he comprado los chapines de rubí de El mago de Oz. He pasado treinta años buscándolos sin saberlo. Tal vez sea la mejor manera de buscar, ¿no? Como decía Picasso: Yo no busco, encuentro. Pues yo igual: yo no busco la ropa, la ropa me encuentra a mí... y a mi tarjeta de crédito, y después, el tío del banco también me encuentra a mí... Bueno, al ver los zapatos, naturalmente, los reconocí (como ocurre con todas las cosas que buscamos sin saberlo y que por fin un día encontramos). Fueron los primeros zapatos de los que me enamoré, tenía cinco años. La imagen de la Bruja Mala del Este aplastada por la casa de Dorothy con los pies sobresaliendo por debajo con unas  medias de rayas blancas y negras y los chapines de rubí me impresionó mucho. No por la bestialidad de la bruja aplastada, que me daba igual (¡bien aplastada estaba!), si no por la combinación medias de rayas-zapatos y, sobre todo, por los magníficos zapatos de rubí (¡¡¡¡de rubí!!!!).
Yo creo que la moda, la ropa, debe ser experimentada, vivida (si no se convierte en otra cosa, en un disfraz, y nosotros en maniquíes). O al menos, debe recordarnos cosas. Cuando la Bruja Mala del Este muere, Glinda (la Bruja Buena del Norte) transporta mágicamente los chapines de rubí hasta los pies de Dorothy y le dice que nunca se los quite y que siga el camino de baldosas amarillas hasta la ciudad Esmeralda donde el Mago de Oz tal vez la ayude a regresar a su casa. Pero ¿recordáis cómo acaba volviendo a su casa finalmente? Gracias a los chapines de rubí. Al golpear los talones y decir la frase mágica, Dorothy se despierta en su habitación rodeada de su familia y amigos.
Mis chapines de rubí no son de rubí, y no son chapines, pero tal vez sí sean un poco mágicos, demuestran que el largo camino de baldosas amarillas solo lleva a un sitio, a casa o al lugar donde fuimos felices, que es lo mismo.

domingo, 6 de marzo de 2011

El deshielo

Básicamente, durante el invierno, olvido que tengo pies y piernas. De hecho, a veces, llego incluso a olvidar que tengo cuerpo. Para nuestro cuerpo -si está más o menos sano y fuerte- es siempre verano o primavera. En cambio, en invierno, obviamente, nuestra ropa -y todo lo demás- es de invierno. Las capas de jerseys, los calcetines, las botas, las chaquetas, los abrigos, nos protegen del frío, pero también nos protegen de nosotros mismos, nos alejan de nuestro cuerpo. El frío también nos aleja de nuestro cuerpo. Y las ciudades, tal vez. Normalmente, unos hombros no se mueven igual con cinco jerseys encima que al aire libre, en medio de una calle llena de coches o al borde del mar. Y entonces, después de algunos meses, llega un día en el que nos sacamos la botas y los calcetines y ya no hace tanto frío y nos quedamos descalzas encima del sofá y descubrimos nuestros pies y nos preguntamos sin este año nos apetecerá pintarnos las uñas de rojo. Y reconocemos nuestros huesudos hombros. Y empezamos a pensar en cuales de nuestros tejanos sacrificaremos para convertirlos en pantalones cortos y llevarlos durante todo el verano. Y abandonamos los pijamas de hombre para volver a dormir con camisetas de tirantes y nada más. Y nos empezamos a preguntar dónde guardamos los trajes de baño del año pasado. Se llama el deshielo, quiere decir que el invierno ha acabado o está a punto de acabar, quiere decir que a partir de ahora, nuestro cuerpo volverá a ser nuestra prenda de ropa favorita.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Cómo ser sexy

Ellas:
Con zapatos de tacón de 11 centímetros. Descalzas. Con la piel dorada por el sol. Pálidas como la muerte. Inmóviles. Bailando como si fuese el fin del mundo. Deslizándose por la calle (hay que deslizarse siempre). Con ojeras de no haber dormido en muchos días por una buena razón. Con las mejillas sonrosadas y tibias después de 10 horas de sueño. Con ojos sonrientes. Con ojos húmedos. A punto de cerrar los ojos. Con los labios secos y un poco resquebrajados. Con los labios rojos como la sangre. Con una camiseta prestada. Con un jersey de cashmere demasiado grande y las manos escondidas dentro. Con el pelo en los ojos. Con el pelo chorreante. Con cualquier prenda de ropa que no pese y que se mueva con nosotras. Con un hombre guapo al lado. Con un hombre al lado. Con el perfume de otra persona. Con pulseras que hagan ruido al mover el brazo. Con las piernas al aire. Con los tejanos favoritos. Con gafas de sol. Con el sol en los ojos. Medio dormidas. Más despiertas que nunca. Debajo del agua. Con un niño dormido encima. Comiendo huevos fritos con patatas.

Ellos:
Con barba de dos días. Con camisetas viejas. Envueltos en una bufanda. En bici. Con manos que sirven para hacer cosas. Impacientes. Sin prisa. Con todo el tiempo del mundo. Sin traje, sin corbata, con tejanos. Guiñando un ojo. Cocinando. Escuchando. Conduciendo. Comprando. Navegando. Leyendo. Con el pelo un poco demasiado largo. Siempre sin peinar. Despreocupados. Riendo a carcajadas. Con ojos de bueno y ojos de malo. Hablando con la pescadera. Haciendo fuego. Durmiéndose. Morenos. Jugando a fútbol. Vestidos siempre igual. Con las manos siempre a la temperatura perfecta.


¡Ah! y me olvidaba de lo más importante: la felicidad. No hay nada tan sexy como ser feliz.