domingo, 6 de febrero de 2011

Oler a horizonte

Me gustan los hombres que no usan perfume, ni mi padre ni mi abuelo usaban perfume (sí que usaban jabón, espuma de afeitar, after shave, etc.) y para mí su olor era el olor de la felicidad (el olor del amor incondicional, ese olor que nos pasamos el resto de nuestra vida intentando recuperar). Ya casi he olvidado la voz de mi padre, pero recuerdo perfectamente su olor. Después de todo, el olor a piel templada y palpitante, el olor del hueco del cuello (yo entiendo muy bien a los vampiros, si alguna vez me pierdo, buscadme en el hueco del cuello de alguien) puede ser el mejor olor del mundo. Para las mujeres es distinto, para nosotras el perfume es parte de nuestro atuendo, como los zapatos o el vestido. Yo a veces tardo más en decidir qué perfume me voy a poner que qué ropa (desde hace un par de meses: tejanos, botas de hombre de las nieves, chaqueta gris y bufanda, pero presiento que el viento está a punto de cambiar de dirección). Ultimamente, no tengo ganas de oler a nada, solo a verano, a aire libre, a posibilidades infinitas, a horizonte, a luz y a oxígeno. No es tan fácil como parece. Gracias a mi amigo Luca Turin, autor del imprescindible Perfumes: The Guide (que me encantaría traducir al castellano), tengo dos colonias fantásticas para cuando las mujeres no queremos llevar perfume y para cuando los hombres sí que quieren llevar perfume. Una es "Lavender" de Caldey Island, pura lavanda, sin nada más, lo fabrican unos monjes de Caldey Island, en País de Gales, vale dos pesetas, se compra por internet y huele a felicidad y a tranquilidad y a espacios abiertos. La otra es "Eau de Guerlain", limón y verbena, una maravilla luminosa, al principio tiene el toque ácido del limón, excitante y crujiente ("esta colonia pica", me dijo el otro día mi hijo pequeño cuando se la puse) e inmediatamente se suaviza, se puede comprar en cualquier parte.
Y otro día hablaremos de los perfumes que dan ganas de hacer lo que hacen las chicas de la ilustración de hoy (obra del gran Antonio). Estoy empezando a sonar como una presentadora de programa matinal para amas de casa, ¿verdad?

6 comentarios:

  1. Yo soy uno de los muchos hombres que no te gustan, porque suelo usar perfume. El olor, ese olor personal de cada uno nace siempre de las combinaciones de muchos elementos. La espuma de un afeitado matinal, el jabón (escribía el otro día sobre la fuerte impresión que me provocó una pastilla de jabón que no olía hacía años, una pastilla que reposaba en uno de los cuartos de baño de mis tíos en Madrid, el aroma de una pastilla de jabón que casi fue capaz de corporeizar a mi difunta abuela)…en realidad también son perfumes cuya combinación con el olor corporal de cada uno conforman una esencia única.

    El perfume forma parte también de mi atuendo. Bueno, los que uso, que son varios y depende del tiempo, del sol, del humor, de la ropa, de cómo salgo de la ducha, de cómo me veo en el espejo y de qué color voy a ver el día.

    Nunca puedo olvidar aquel septiembre o octubre del 85, justo cuando la casa Dior lanzó su perfume Poison. Estaba en París. Cada vez que alguna mujer pasa a mi lado y deja la estela de su veneno, lleva consigo los Jardines de Luxemburgo, los cafés, el otoño que llora porque mueren los últimos rayos de sol de Septiembre…Poison envenena mi presente, me arrastra al pasado con sus garras. Me muerde el alma con sus colmillos de nostalgia. Me muerde el cuello…porque uso perfume, y porque el olor personal que se alía a la fragancia seduce como un foulard invisible que nos rodea y juega con el viento.

    A veces los perfumes son nuestra condena cuando alguno nos recuerda a alguien que lo llevaba y ya no está. Esbozamos una sonrisa por el recuerdo cuando en realidad el alma llora.

    Es lo que tiene ser proustiano: que las magdalenas mojadas en té borran de un plumazo lo que nos rodea y nos llevan lejos, muy lejos. No hacía falta inventar una máquina del tiempo. Podemos viajar hacia el pasado cuando queramos.

    Canciones, sabores, aromas, tactos, colores…Los sentidos conforman en realidad nuestro pasaje de viaje.

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  2. yo soy una vampira tambien!!! te entiendo perfectamente!
    besos!!!
    andrea

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  3. Es bonito y excitante reconocer a las personas por su olor.
    besos muchos, Maria Carolina.

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  4. Hola Gil:
    No dije que los hombres que usan perfume no me gustaran, dije que me gustan los que no usan perfume, es diferente.

    Andrea:
    Mmmmm...las vampiras: debería hacer una entrada sobre eso...Somos muchas.

    María Carolina:
    Sí, y el maravilloso olor de los bebés....aaaaaaaah, me pasaría el día olfateando a Héctor.

    Besos, besos.

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  5. Querida Mile,
    Voy atrasada con las entradas, así que empiezo con esta y con lo esencial: vuelta a los olores.
    Los padres (nuestros padres) huelen exactamente a lo que dices: a lo que pasamos el resto de nuestras vidas intentando recuperar. (Tengo suerte, yo lo he encontrado y es, no lo dude nadie, una de las patas del taburete! El olor a padre en el entrecuello y en los liegues de la camisa o no camisa.) La esquina del cuello es el lugar al que pasamos el resto de nuestras vidas queriendo regresar. (Y regresa.) Huele a casa y a futuro: al sito de donde vienes y al que te gustaía llegar.
    A mí tampoco me gustan los hombres perfumados: esos olores entre el melón y la jaula de los leones son la pesadilla de la que quieres despertarte, para siempre. Si sabes el nombre de la pesadilla es aún peor: Egoïste, Jack's, Machoman, KrügerMust, Contradiction, Contraception, Kill-me-right-here-and-now. Eau d'Orange Vert de Hermès tal vez sea una excepción, o Chanel Pour Homme, pero esa es otra historia: evocan al hombre cuidado con bufandas de seda (y tal vez un calzoncillo que SI es de seda) y esos me inquietan también. Más incluso que el de la jaula de los leones.
    Para ellas es otra historia; forma parte del vestido (o de ir desnuda). Está bien que los padres huelan a jabón, pero en mujer, el olor a jabón es paa las monjas. Probablemente lo único que te salve del uniforme de yeti que describes (estás monísima, te he visto) sea, a parte de ser tú, que no hueles a Heno de Pravia o a jabón de Marsella.
    Sigo. Para mí vestirme es jersey de cuello alto negro o similar ahora; una duda entre abril y junio; una camiseta blanca, o similar en adelante. Y Eau de Guerlain.
    El invierno pasado hice el experimento de comprarme Coco para las noches, algunas, y cada vez que insisto casi tardo dos duchas en recuperarme. Soy, entoces, la version femeneina de la jaula, que es algo entre flor trasnochada, polvera de abuela, pesadilla léxica (Opium, Poison, Poisson, Eternity, Sincerity, Sex-on-the Rocks) y la tristeza de no saber quien soy.
    Me cuesta tanto cambiar de olor como soportar al hombre que se lo cambia como quien cambia de calzoncillos (el abuelo de Heidi los lleva horribles pero seguro que no lo haría). Me despista, me irrita, me deprime y me sumerge en un estado de largo-camino-a-casa difícil de explicar.
    Pero no hace falta más: you understand.
    Besos, besos!

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  6. Hola Clara:
    Gracias por tu largo comentario. Me ha gustado mucho. Eau de Guerlain es perfecta para ti.
    Un beso.

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