lunes, 28 de febrero de 2011

Hombres pájaro, hombres elefante, hombres

Siempre que mis amigas y yo salimos a cenar juntas tomamos decisiones importantísimas y elaboramos complicadas teorías (que, a la mañana siguiente, cuando nos llamamos por teléfono para reír de la noche anterior, normalmente ya no recordamos) y que suelen girar en torno a los hombres. Principalmente. Unicamente. Básicamente. Sí. Lo reconozco. Nunca he visto una reunión de más de cinco mujeres en la que el tema principal no fuesen los tíos. También se habla de otras cosas, claro, pero lo que a menudo cimienta nuestra amistad, lo que provoca las mayores carcajadas y conversaciones es, siempre, para todas las mujeres, el tema de los hombres (otra cosa buena que debemos agradecerles). Pues bueno, este fin de semana, mis amigas y yo hemos decido que, estéticamente hablando, sólo hay cuatro tipos de hombre realmente excitantes: los hombres pájaro, los hombres elefante, los hombres con cara de hombre y los hombres de los que nos enamoramos.
Categoría 1: Los hombres pájaro: como Samuel Beckett o David Bowie o Peter O'toole, por ejemplo. Caras afiladas pintadas con pincel fino, ojos extraños y turbios (de pájaro), nariz de pico, pelo plumoso.
Categoría 2: Los hombres elefante: Cabezas macizas, grandes, casi prehistóricas, esculpidas en piedra. ¡Oh, la elegancia absoluta de la cabeza de elefante de Churchill!
Categoría 3: Los hombres hombre, hombres con cara de hombre (pero que no quiere decir que sean hombres...). Parece obvio y sencillo, pero no abundan (los hombres tampoco). Hombres con cara de tío, no tienen por qué ser guapos pero nos recuerdan las múltiples razones por las que nos gustan los hombres, nos recuerdan que también nosotras somos animales. Humphrey Bogart y Anthony Quinn por ejemplo.
Categoría 4: Los hombres de los que nos enamoramos (que pueden, o no, pertenecer a alguna de las categorías precedentes) y que borran de un plumazo todas las sombras.
Y hoy, fotos de Beckett, Churchill y Bogart (¿os habéis fijado en las chaquetas que llevan? Prácticamente la misma en los tres casos. ¡Hemos de hablar de las chaquetas de hombre!), tres hombres que demuestran que el estilo (lo que hacemos con lo que somos) es más importante que la belleza.
Feliz lunes, queridos.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Cómo ser una pija

La única pijería que me interesa es la que proviene de la cultura, no del dinero. La que va de por libre (todo lo que va de por libre), no la del club de polo. La que se bastardiza (todo lo que se bastardiza), no la que entra en Semon como si fuese territorio conquistado. La que se ríe de todo (Reírse. De todo. Cada vez estoy más convencida de que es el único signo real e inconfundible de inteligencia en el día a día, y el único lujo que exista realmente), no la de los papás ilustres y la transcendencia y el rasgarse las vestiduras. La que se sienta en los bancos públicos para pensar, no la que se sabía de memoria la lista de las personas que tenían un Rolls Royce en Barcelona (mi abuela). Bueno, y corto el rollo filosófico, que esto es un blog de moda, no lo olvidemos (si no fuese un blog de moda, la entrada de hoy se titularía "Cómo liquidar a Gadafi"). Recomendaciones estilísticas para hoy: Oscar Wilde, Tolstoi, Saki, Dinesen y Proust, Proust, Proust. O, alternativamente, hacer lo que hago yo: mirar fijamente durante diez minutos al día esta foto del conde Luchino Visconti, a ver si se me pega algo.
Feliz miércoles, queridos.

lunes, 21 de febrero de 2011

Cómo ser una hippy


Cada vez que me pongo a explicar que en el fondo soy una hippy, todo el mundo se echa a reír. Cuando era adolescente y en Cadaqués todavía había hippys (dicen que un día les metieron a todos en un camión y se los llevaron, pero me extraña, es una medida un poco radical, ¿no? incluso para los habitantes de Cadaqués), yo les conocía a todos: el que decía que era la reencarnación de Dali, el que daba masajes (una vez obligué a mi pobre y santo hermano a dejarse dar un masaje de hombros en la plaza y se mareó y se puso malísimo), el que había estado en la cárcel y estaba lleno de tatuajes, la que llevaba plumas en el pelo y dormía en una especie de roca que tenía forma de cama, el yugoslavo rubio y silencioso que vendía la droga...y no conocía a casi ninguno de los pijos, y a los que sí conocía, a menudo hacía ver que no les conocía. También iba a cenar con los hippys al camping (que para mí era lo más exótico, misterioso y fascinante del mundo), no llegué a poner los pies en la famosa isla de los hippys de Port Lligat porque mi amiga Sarah era la encargada de ir y yo la esperaba en la orilla.
Anyway, todo este rollo es para que entendáis que soy hippy desde que nací en la Bonanova prácticamente. Hay una expresión inglesa que me gusta mucho, "to channel ones inner...", quiere decir algo así como "canalizar tu lo que sea interior". Os voy a decir como voy a canalizar este verano mi hippy interior. Sí, cada vez escribo y hablo peor, ya lo sé, creo que es debido a pasarme el día razonando con personas menores de 12 años y mayores de 75. Bueno, pues me voy a comprar -o voy a soñar que me compro, a no ser que quiera estar comiendo espaguetis y huevos fritos hasta el verano- el bolso de cuero hippy de Laurence Doligé de la foto y la maravillosa chaqueta hippy de Isabel Marant de la otra foto. ¿Qué os parece?
Y espero que a partir de ahora nadie se atreva a poner en duda mi hippismo.
Feliz semana.

miércoles, 16 de febrero de 2011

¿Cuántos somos en realidad?

Para este verano (y para la vida en general) me debato entre dos cosas: el rosa pálido de este bolso de Loewe y el desparrame de estos pendientes plátano de Prada. Por un lado, la suavidad, la belleza, la extrema delicadeza, la timidez, la luz, la fragilidad de este rosa (es el rosa más encantador que haya visto nunca, la foto no le hace justicia, me tuve que controlar para no empezar a darle besos allí mismo en la tienda). Y por otro, la alegría, la energía, la fuerza, la desfachatez, las ganas de divertirse, el pasotismo, el Carmenmirandismo de estos pequeños pendientes en forma de plátano.
Uno corresponde a la actitud "viva la vida" y el otro a la actitud "muerte en Venecia". Son incompatibles, pero ambas están en mí. Creo que todos tenemos dos extremos, dos opuestos entre los que navegamos, dos fronteras que de algún modo nos contienen, nos limitan y nos definen. Probablemente jamás me compre ni el bolso ni los pendientes, y en cualquier caso jamás los llevaría juntos, pero son una fotografía bastante nítida de quien soy yo (y hagamos lo que hagamos en la vida, en el fondo, lo único que hacemos sin parar es buscarnos, en los demás, en los pendientes de plátano, en lo que sea). Bueno, os dejo un clip (¿se siguen llamando así?) muy "viva la vida" de la campaña de verano 2011 de Prada, es justo lo que quiero para este verano, pero sin la ropa.
Feliz miércoles.

domingo, 13 de febrero de 2011

Cuando la ropa no nos entiende.

Chicos: he devuelto los vaqueros blancos de los que hablaba el último día. Al verme aparecer de nuevo, la dependienta, que había soportado mis dudas dos días antes, puso una cara muy rara, pero bueno, no es culpa  mía si los tejanos que me vendió no hablaban mi lengua!!!! Sí, eran bonitos, elegantes, y todo lo demás, pero no eran para mí (y los amores imposibles son un rollo). ¿A vosotros no os pasa que algunas prendas no os entiendan? Mi lista:
-Los vaqueros blancos.  
-Las camisetas blancas. En teoría: también me gustan. En la práctica: con una camiseta blanca parezco una patata hervida. 
-Los cuellos cisne negros: hice una entrada hace unos días, me encantan, pero yo no puedo llevar algo que me comprima el cuello, me pone de pésimo humor, me impide respirar.
-Las Converse. Otro clásico que me gusta mucho, pero cada vez que me pruebo unas me siento como el pato Donald (me gusta el pato Donald, pero digamos que no es exactamente mi aspiración estilística), la suela es muy blanca o muy gruesa o algo así, algo pasa. Después, cuando por la calle veo a chicas con Converse, me encantan, ¿por qué no son para mí? No lo sé.
-Los trench o gabardinas: he tenido varios, desde Comptoir des Cotonniers hasta la Burberrys (que me compré de segunda mano en ebay) y siempre los he acabado regalando a alguna amiga. Me gustan, son lo más elegante del mundo, pero a la vez me ponen mala.
-Las botas altas. Las botas de montar. Terrible claustrofobia. Pero son preciosas. El otro día las llevaba mi amiga Clara y era genial. He tenido varios pares y no han salido del armario. Supongo que es porque las botas altas pisan fuerte y yo no. ¡Snif! 
-La "marinière", camiseta marinera de rayas azules y blanco roto o crudo. Otro clásico absoluto. Son fantásticas, pero no me entienden, me hacen sentir idiota.
Bueno, paro, mis viejos vaqueros azules (y mis madrugadores hijos) me reclaman.
Feliz domingo.
PS: La foto de hoy: mi amado John Wayne. Quiero: sus vaqueros, sus botas y, sobre todo, el perro que camina detrás.

jueves, 10 de febrero de 2011

Los vaqueros blancos

Ninguna de las cosas que valen realmente la pena en esta vida se pueden comprar: ni el estilo, ni la inteligencia, ni el valor, ni el sentido del humor, ni el amor, bueno, el amor sí (de hecho el amor es objeto de transacciones económicas constantes, dudo que haya moneda de cambio más utilizada), la felicidad también se compra, claro. Sobre eso estaba reflexionando yo esta mañana, sentada en la postura del pensador, en los mullidos sofás de Gonzalo Comella, mientras decidía si me compraba o no unos vaqueros blancos. No sé por qué delante de la ropa me da por filosofar, después delante de mis amigos solo digo locuras y no se dan cuenta de lo realmente seria y anti frívola y profunda que soy. Focus, Milena, focus. Los vaqueros blancos. Un asunto realmente peliagudo. Hace años que dudo. En principio soy una chica de tejanos mientras más gastados y viejos mejor. Creo que los tejanos son la prenda de vestir más importante del siglo XX, tal vez de toda la historia. Pero en principio, no me gustan con artificios ni abalorios: no me gustan con corbata en los hombres, no me gustan con tacones en las mujeres. Es una de las poquísimas prendas neutras que existan y así se deben llevar. Ahora bien, el blanco altera absolutamente la neutralidad de un vaquero, me parece que lo convierte en una prenda básicamente femenina (un hombre con vaquero blanco...mmmm...creo que no, no, no, no, no...) y bastante sofisticada (un pantalón blanco es siempre delicadísimo y difícil de llevar). Todas las francesas tienen un vaquero blanco. En fin, como soy tan sensible y profunda y tal y cual, me he dado cuenta de que la dependienta se estaba poniendo nerviosa, entonces, claro, me he puesto nerviosa yo, y he decidido quedarme los vaqueros blancos. Ahora he de pensar cómo me los pongo, así que en los próximos días estaré muy ocupada, que nadie me moleste para nada que no sea una emergencia.

martes, 8 de febrero de 2011

La belleza está en el interior

Valerie Steel escribió: "All clothing is erotic." Y yo digo: "Sí, maybe Valerie, menos los calzoncillos." ¿Por qué? I don't know (no sé qué me pasa hoy con el inglés...), es uno de los grandes misterios de la humanidad. Veamos:
-Los chistosos, con corazones, con smileys o con cosas peores. Prohibidos a partir de los 7 años.
-Los supuestamente sexis: imitan a la seda, y nunca son de seda sino de una especie de tejido acrílico que responde a la electricidad estática y que se pega a la piel de un modo que va desde lo poco favorecedor hasta lo horripilante, dependiendo de los hombres. Suelen ser negros o color burdeos, o de estampados felinos para los más atrevidos.
-Los calzoncillos del abuelo de Heidy. No creo que saliesen en la serie, pero yo siempre he sabido como eran: justo por encima de la rodilla, blancos, anchos, totalmente amorfos, como un pantalón de pijama corto. Prohibidos hasta los 72 años.
-Los slips. Como Florentin Tuillier -autor del divertidísimo libro La bible du bon goût, de donde está sacada la ilustración de hoy-, yo también creo que non, no, nein, na, ne, niet. Pero la verdad es que no estoy cien por cien segura, tengo mis grandes dudas, si son de algodón, blancos o grises...
-Los boxers. Tal vez sean la mejor solución. Han de ser cortos y de algodón (sobre todo), blancos o de rayas discretas o tal vez más festivas, según la personalidad del usuario.
Conclusión de hoy: poneos los calzoncillos que queráis, porque la verdad es que a nadie le importa un pimiento.
La ropa interior femenina es otra historia, claro, pero nosotras somos objetos, es distinto.
Bueno queridos, me voy a desvariar a otra parte. Feliz martes.

domingo, 6 de febrero de 2011

Oler a horizonte

Me gustan los hombres que no usan perfume, ni mi padre ni mi abuelo usaban perfume (sí que usaban jabón, espuma de afeitar, after shave, etc.) y para mí su olor era el olor de la felicidad (el olor del amor incondicional, ese olor que nos pasamos el resto de nuestra vida intentando recuperar). Ya casi he olvidado la voz de mi padre, pero recuerdo perfectamente su olor. Después de todo, el olor a piel templada y palpitante, el olor del hueco del cuello (yo entiendo muy bien a los vampiros, si alguna vez me pierdo, buscadme en el hueco del cuello de alguien) puede ser el mejor olor del mundo. Para las mujeres es distinto, para nosotras el perfume es parte de nuestro atuendo, como los zapatos o el vestido. Yo a veces tardo más en decidir qué perfume me voy a poner que qué ropa (desde hace un par de meses: tejanos, botas de hombre de las nieves, chaqueta gris y bufanda, pero presiento que el viento está a punto de cambiar de dirección). Ultimamente, no tengo ganas de oler a nada, solo a verano, a aire libre, a posibilidades infinitas, a horizonte, a luz y a oxígeno. No es tan fácil como parece. Gracias a mi amigo Luca Turin, autor del imprescindible Perfumes: The Guide (que me encantaría traducir al castellano), tengo dos colonias fantásticas para cuando las mujeres no queremos llevar perfume y para cuando los hombres sí que quieren llevar perfume. Una es "Lavender" de Caldey Island, pura lavanda, sin nada más, lo fabrican unos monjes de Caldey Island, en País de Gales, vale dos pesetas, se compra por internet y huele a felicidad y a tranquilidad y a espacios abiertos. La otra es "Eau de Guerlain", limón y verbena, una maravilla luminosa, al principio tiene el toque ácido del limón, excitante y crujiente ("esta colonia pica", me dijo el otro día mi hijo pequeño cuando se la puse) e inmediatamente se suaviza, se puede comprar en cualquier parte.
Y otro día hablaremos de los perfumes que dan ganas de hacer lo que hacen las chicas de la ilustración de hoy (obra del gran Antonio). Estoy empezando a sonar como una presentadora de programa matinal para amas de casa, ¿verdad?

miércoles, 2 de febrero de 2011

Bajar de las nubes

Había pensado que hoy podría hablar de los ilustradores de moda (la foto de hoy es un dibujo del fantástico Mats Gustafson), o de la ropa interior masculina, o de las capuchas, o de Madeleine Vionnet, o de los cinturones, o tal vez hacer la segunda parte de la entrada sobre perfumes, o hablar de los cinco pecados capitales de moda que no deben cometer los hombres, o del vestido de  mis sueños. Pero no puedo, por una vez, la realidad me absorbe y me emociona más que cualquier traje. Por una vez, la realidad contradice mi idea de que estamos aquí de paseo y me pone delante de la nariz una plaza del mundo donde el tiempo y los días no van pasando, una plaza que no es Chéjov, sino que es Shakespeare. Y ni siquiera yo, siempre en mis nubes, me puedo resistir a eso. Me vuelvo a Egipto. Mañana, como siempre, volveremos a las tonterías.