martes, 13 de octubre de 2009

El traje nuevo del emperador




Me he comprado unos leggings. Negros. Me encantan, son los nuevos tejanos femeninos: son cómodos pero sensuales, se pueden llevar con todo y le sientan bien a todo el mundo. Creo que me voy a comprar tres pares más. ¿No es suficiente con uno? No, no, no. Quiero que los leggings se conviertan en mi forma de vida. Quiero un compromiso serio. Mis leggings y yo. Además, ¿no os parece que hay prendas de las cuales es muy difícil comprar sólo un ejemplar? Las camisetas de algodón o los braguitas o los calcetines, por ejemplo. A veces sueño que tengo un mueble con cajones y que dentro todo está ordenado. Sí, Mamá, sí, no te rías. Hay un cajón para los calcetines en el que realmente hay calcetines (es increíble, ya lo sé, pero los sueños son así), y además están limpios, emparejados y son los míos (no los de los niños). Y hay un cajón para las camisetas de algodón y otro para la ropa interior. Pues bien, en ese mundo ideal también habría un cajón para mis nuevos leggings. Me parece que voy a llevarlos cada día, con todo: con botas, con bailarinas, con camisas de hombre, debajo de los vestidos ligeros de verano, con chaquetas, jerseys y camisetas "oversize". Esta mañana me los he puesto para llevar a los niños al colegio. Llevaba las Birkenstock (parece que han bajado las temperaturas pero yo ya no me fío), los leggings negros y una camisa larga de cuadros rojos y negros. Estaba encantada de la vida. De repente, al llegar a la portería Noé (9 años) me ha mirado y ha pegado un grito: "¡Mamá!, ¡Has olvidado ponerte la falda! Vas sólo con medias." Héctor (2 años) se ha puesto a chillar: "¡Falda! ¡Falda! ¡Mamá falda!" ¡Parece mentira que sean mis hijos y que entiendan tan poco de moda! ¿Alguien sabe dónde puedo comprar una biografía de Coco Chanel para niños? 

viernes, 9 de octubre de 2009

¿Me regalas un otoño?


He decidido no volver a salir de casa hasta que llegue el Otoño (el de verdad, esto de ahora es una estafa), y si no me queda más remedio que salir, saldré de incógnito, me pondré una peluca (había pensado en algo oscuro y liso, siempre he soñado con ser una mujer misteriosa, ¿qué os parece?), me pintaré las uñas de negro (como hace Kate Moss, mi heroína) y saldré a la calle sin que nadie me reconozca. Es que este tiempo me está matando, y lo que es más grave, por su culpa, voy peor vestida que nunca. Cada mañana, desde que, en teoría, llegó el otoño, al levantarme me parece que ha refrescado, entonces obligo a los niños a ponerse un jersey (ignorando sus protestas y sus caritas congestionadas) y me pongo con decisión una chaqueta de lana encima de una camiseta de manga corta. Al poner un pie en la calle, me doy cuenta de que aunque estamos a 9 de octubre, ¡sigue siendo verano! Al cabo de cinco minutos no sólo estoy cargando con el pequeño Héctor, mi bolso y la mochila de deporte de Noé, al que tengo cogido de la mano, mientras empujo como puedo la sillita de Héctor (vacía claro, mamá es más cómoda que la sillita) , si no que llevo, además, los jerseys de los niños y mi chaqueta en los brazos. Llego al colegio, situado en la cima de una calle muy empinada, más acalorada y exhausta que si hubiese corrido la maratón de NY (algo que, por cierto, no se me ocurriría hacer en la vida). Una vez colocados los niños, vuelvo a casa. A medio camino, me doy cuenta de que a pesar del insoportable bochorno, están empezando a caer gotas. ¿Y sabéis como voy calzada? Con mis chanclas del verano. ¡Sí, sí, de verdad! Llego a casa con los pies mojados, la camiseta sudada y la chaqueta de lana nueva (muy bonita, eso sí) arrugada en los brazos. El resto del día es (desde un punto de vista estilístico) un desastre parecido. Salgo con tejanos y me muero de calor, salgo con un vestidito de flores (que me he puesto todo el verano, que me encantaba y al que ya detesto con toda mi alma) y tengo frío, me pongo una chaqueta y vuelve a hacer calor. Las Birkenstock del verano dan asco, para ponerme zapatos de invierno necesito calcetines, pero todos los calcetines han desaparecido, por fin me pongo unos de mi hijo mayor, salgo a la calle, me muero de calor. Y así todo el rato. Ayer por la noche salí a tomar una copa vestida con un vestido de volantes sin mangas negro con topos lilas y encima una camisa de hombre de rayas azules y blancas y calzada con las Birkenstock. En serio. ¡Es imposible ir bien vestida! O empieza el otoño o caigo en una depresión. Os lo advierto.

PS: La foto es de Greta Garbo fotografiada por Cecil Beaton. Yo también me voy a quedar tumbada en el sofá hasta que cambie el tiempo.

martes, 6 de octubre de 2009

Zapatos de tacón






Me encantan los zapatos de tacón... sobre todo cuando los llevan las demás. Adoro a esas chicas que dicen que ellas se los ponen hasta para ir a comprar el pan. Adoro a las que afirman sin ningún rubor que en realidad son comodísimos, que es sólo una cuestión de costumbre (siempre que lo dicen me imagino a las damiselas de la edad media tomando el té y comentando  que en realidad el cinturón de castidad no es tan incómodo, que es sólo una cuestión de costumbre, mientras se revuelven en la silla). Me encanta ver llegar a mi amiga Carolina en bicicleta y con tacones. Me encantan los zapatos de los desfiles, vertiginosamente altos, y la abnegación de las mujeres que los llevan. Me gustan porque son femeninos, frívolos, alegres, divertidos, festivos, bonitos, poco prácticos y absurdos (como algunos de mis mejores amigos...). Pero el problema es que no te permiten huir de un novio pesado (de hecho, para llevar tacones, una necesita un novio pesado al lado que esté atento a nuestro menor traspié y que se adapte al paso de tortuga vacilante característico de las que normalmente no vamos a comprar el pan con tacones ), ni volver a casa a pie cruzando la ciudad de madrugada después de una fiesta, ni bajar las escaleras del metro dando saltos con nuestro hijo pequeño. Algunos de los zapatos más bonitos que tengo son de tacón (de 10 cm), lo reconozco. Pero a menudo, en vez de ponérmelos, los coloco en una mesita baja que tengo a los pies de la cama y los observo con placer, como si fueran esculturas maravillosas. Así que he pensado que quizá voy a decorar mi nueva casa con mis viejos zapatos de tacón. ¿Qué os parece, chicas? ¿Lo probamos? ¿Dejamos de ponernos esculturas en los pies y empezamos a llevar zapatos de verdad? ¿Como ellos?