sábado, 26 de septiembre de 2009

O un poncho o un hombre.



 Yves Saint Laurent (uno de los poetas más importantes del siglo XX) dijo una vez: "La prenda más bonita que puede vestir a una mujer son los brazos del hombre que ama. Pero para aquellas que no tienen esa suerte, estoy aquí." Pues bien, para las que (por nuestra mala cabeza) no tenemos esa suerte, para las que compramos en Z y no en YSL. Aunque yo, cada vez que paso por la tienda, y paso muy a menudo, me quedo fascinada mirando los bolsos. Hay uno en particular, de color gris, del que estoy locamente enamorada desde hace dos años, ya sé que es un amor imposible. El guardia de seguridad de la puerta ya me ha visto tantas veces que hasta me saluda...¿Me pregunto si les hacen descuento a los seguratas de YSL?... Igual podría ir a hablar con él sobre mi bolso... Creo recordar que incluso una vez me guiñó un ojo... En fin, no quiero desviarme de tema, como decía: para las que no tenemos ningunos brazos a parte de los nuestros, para las que (de momento) no compramos en YSL, tengo la solución para este invierno: El Poncho. Sí, en serio, no pongáis esa cara. Los he visto en casi todas las colecciones (los que no han hecho ponchos, han hecho capas, que es casi lo mismo pero de tela y no de punto). Me encantan, es una de esas prendas "reconfortantes" que te hacen sentir protegida (como los brazos amados o como una bufanda de cashmere o un pijama de hombre de seda). En fin, os he puesto la foto de mi poncho favorito (de mi tienda favorita, os hablaré de ella próximamente). ¿Qué os parece? ¿Me lo compro? ¿Sí? ¿No? ¿O me dejo de ponchos y me voy a hablar con el guardia de seguridad de YSL? Aunque no recuerdo cómo tenía los brazos...

martes, 15 de septiembre de 2009

Adiós, pirata.


He pasado todo el fin de semana en Cadaqués discutiendo con mi amiga Teresa sobre los pantalones pirata. No es que no tengamos nada más interesante sobre lo que discutir (sobre todo ella), pero resulta que en pocos temas estamos menos de acuerdo que en éste. Los pantalones pirata son esos pantalones ni largos ni cortos que desde hace un par de temporadas han invadido no sólo los armarios de las mujeres, sino sobre todo los de los hombres. El largo puede variar desde justo debajo de la rodilla hasta la parte alta del tobillo, en cualquier caso, siempre dejan el tobillo y parte de la pantorrilla al descubierto. A Teresa le gustan, mucho. A mí me horripilan, bastante. Y no me cabe en la cabeza que a mi amiga Teresa (inteligente, sensible y sutil) le puedan gustar. El otro día, en la playa, mientras ella se bañaba y yo hojeaba una revista, me armé de valor y decidí enfrentarme al problema y hablar con ella. No soporto los malentendidos con los amigos. En cuanto salió del agua, antes incluso de que se sentara a mi lado, sin darle tiempo a secarse, ni a ponerse la gafas, le dije: 
     -Teresa, tenemos que hablar. -Me miró perpleja a través de su flequillo chorreante-. En serio, no puedo entender que te gusten los pantalones pirata para los hombres, ¿no te das cuenta de que les infantilizan? ¿De que les hacen parecer niños que han dado un estirón y a los que los pantalones les han quedado cortos? Es una locura. 
     Teresa gruñó algo incomprensible, se apartó el flequillo y, con el tono que habitualmente utiliza con sus hijos, me dijo:
     -Mira, Milena, a mí me gustan porque me hacen pensar en Burt Lancaster, en galeones y aventuras. Y además, qué quieres que te diga, a mí me gusta ver hueso.
      No dijo músculo, no, ni siquiera dijo piel, dijo hueso. ¡Hueso! Y prosiguió:
     -No son tanto los pantalones, como lo que se ve debajo. Me pasa lo mismo con las camisetas imperio, no es que sean realmente bonitas, pero también me gustan por lo que enseñan. ¿Entiendes?
     Y con un gesto amplio señaló sus propios hombros y clavículas. 
     -¡Ah! -dije yo-. Claro. Los huesos, los tobillos, la pantorrilla, eso es lo que te gusta en realidad.
     Suspiré aliviada y me levanté para ir a bañarme. Cuando ya estaba con un pie en el agua, oí que me decía:
     -¡Aaaah! Un hombre con una pantalón pirata y una buena camisa de lino blanco...
     ¿¿¿Camisa de lino blanco???, pensé. ¿Lino? ¿Blanco? ¿En serio? Are u kidding me? Pero hacía mucho calor, así que no dije nada y me zambullí.
     Pero pensándolo bien, ¿cómo puede ser que no sepa que para los hombres son mucho más adecuadas -y  elegantes y masculinas- las camisas blancas de algodón que las de lino? 
     Me parece que la voy a llamar ahora mismo, esto no puede quedar así.
     
     
      

martes, 8 de septiembre de 2009

Breakfast at Zara's

¡Acabo de descubrir Zara! Sí... con un poco de retraso... ya lo sé... pero nunca he sido especialmente precoz para nada (bueno, excepto para la ropa, tal vez: mi madre cuenta que con apenas dos años, cuando ella abría mi armario, yo me ponía a gritar y a batir palmas de entusiasmo). Por lo visto Zara se me había pasado por alto. Cosas que pasan. Además, tenía ciertos reparos. Tuve un novio especialmente ahorrador que se empeñaba en que comprase allí como hacían su madre, sus hermanas y sus amigas, lo cual me sacaba de quicio. Obviamente. Pues bien, resulta que he pasado buena parte del mes de agosto en el Zara de Paseo de Gracia con Gran Vía (con frecuentes incursiones en el de Rambla Cataluña). ¡Para que luego digan que las personas no cambian! En agosto en Zara hace la temperatura perfecta, al cruzar el umbral de su puerta, uno dejaba atrás una ciudad insomne, sudada y llena de bichos, para entrar en un clima civilizado, tipo norte de Europa, tipo Barcelona en otoño cuando éramos pequeños. Quizá sea una táctica para que la gente empiece a comprar la ropa de invierno (yo desde luego piqué, soy una chica fácil, en pleno agosto estaba comprando, entusiasmada y super concentrada, botas de piel y chaquetas de lana...). Me pregunto si en marzo pondrán la calefacción a tope para que nos podamos empezar a comprar vestidos ligeros y camisetas. Mis amigas extranjeras también querían ir a Zara, al parecer todo el mundo sabe que los Zara de aquí son más baratos y están mejor surtidos que los de fuera. En la tienda (que es inmensa) había un ambiente increíble, estaba llena de grupos de turistas encantadas de la vida, aconsejándose y animándose unas a otras. Las colas en los probadores eran tan largas que algunas acabábamos optando por probarnos la ropa fuera, aunque luego no tuviésemos más remedio que hacer una larguísima cola para pagar. Era como si no hiciese un calor espantoso, como si no hubiese ninguna crisis, como si nadie estuviese solo en la ciudad. En Zara no se puede desayunar, ni siquiera entrar con un capucino en la mano (creo que en Tiffany's tampoco), pero es un muy buen sitio para perderse, para estar solo sin estarlo, para pensar en cosas importantes mientras te pruebas los séptimos leggings negros.  
PS: ¡Gané la chaqueta de Dries! 

lunes, 7 de septiembre de 2009

La felicidad es una chaqueta.

Supongo que se podría decir que soy un poco adicta a ebay... de acueeeeeeerdo... mucho... según los que me conocen y me quieren bien. Es cierto que entrar en ebay forma parte de mi rutina matinal, como desayunar dos veces, asegurarme de que los niños no vayan al colegio en pijama (o traje de baño o uniforme de jugador del Barça) y pelearme con mi madre (aunque últimamente, como estoy tan ocupada y he madurado mucho, eso sólo lo hago una vez a la semana aprox). En ebay se puede comprar y vender prácticamente de todo (una vez vi un anuncio para vender un fantasma... era inglés, of course) pero yo me dedico únicamente a comprar ropa, y,  ocasionalmente, a venderla (para poder comprar más). Hace unos días, cuando por fin en casa todo estaba más o menos bajo control, me senté al ordenador con mi café con leche del bar de abajo y, como hago cada día, antes de ponerme a trabajar, entré en ebay. Recorrí varias listas (suelo hacer la selección según la marca o el diseñador que ese día me hace ilusión) y de repente la vi: La Chaqueta. Perfecta. Azul. De piel. De Dries (Van Noten). En mi talla. Casi nueva. Baratísima. Me quedé sin aliento, el corazón me empezó a latir más aprisa, se me hizo un nudo en el estómago... Sólo me entenderán los que se hayan enamorado alguna vez. He de decir que creo en el amor a primera vista (de hecho es el único amor en el que creo, aunque como casi todos los demás, parezca destinado al fracaso). Inmediatamente, olvidando la crisis, mis  promesas de ahorro, mi depauperada cuenta, las recomendaciones y advertencias de mi madre, las llamadas de mi banquera y las veinticinco chaquetas que cuelgan de mi armario, hice una oferta. Pequeña. Muy razonable. Hay que tener en cuenta que no tengo ninguna chaqueta de cuero azul verdoso de Dries. Ninguna. En serio. Bueno, mañana sabré si he ganado la subasta. Creo que esta noche no podré dormir de los nervios.