viernes, 4 de diciembre de 2009

Cuestión de piel


Bajaba el otro día por el Paseo de Gracia, feliz de que por fin hubiese llegado el invierno, estornudando alegremente y disfrutando de las iluminaciones de Navidad, cuando de repente, al pasar por delante del escaparate de Trussardi, vi una estola de piel. Me detuve en seco. Sentí que un escalofrío me recorría la espalda. Pensé en todos mis amigos vegetarianos y en una historia que había leído en algún sitio sobre un grupo revolucionario que rociaba con spray de colores los abrigos de piel de las señoras. Entré. No es bueno resistirse a las tentaciones. La encantadora dependienta desenroscó la estola del cuello del maniquí y me la puso sobre los hombros, mientras me juraba que era piel de animales de granja y que no habían sufrido más que un pollo o un conejo cualquiera. No pesaba nada, era suavísima, cálida  y el color -un azul oscuro casi negro-combinaba a la perfección con todo. Y, lo más increíble, hacía que mis raídos tejanos, mi camisa de rayas de hombre, mi viejo abrigo de Prada y mis deportivas Puma parecieran, de repente, lo más glamouroso y sofisticado del mundo. Era una transformación absoluta. Al llegar a casa, se la enseñé entusiasmada a mi madre. Ella, sin levantar apenas la vista de su ordenador, dijo: "Las pieles son maravillosas, tú no deberías salir nunca de casa sin pieles o sin algún tipo de sombrero. Aunque entonces todavía te meterías en más líos. Ya estás bien como estás." Y siguió escribiendo. Tan tranquila. Es el primer consejo estilístico que me da en 37 años. Resultado, como soy una hija obediente, voy a comprar el pan con mi estola, me lavo los dientes con mi estola, hago yoga con mi estola y ya estoy ahorrando para comprarme otra en rebajas. Aunque, por desgracia, todavía no he logrado meterme en más líos. 
PS: ¿Qué opináis vosotros de las pieles? ¿Y de los sombreros?

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Oscar Tusquets



CUESTIONARIO MILENA

1. Tu primer recuerdo de moda.
Mi madre viniendo a darme un beso en la cama con traje de noche y boa antes de irse al Liceo.
2. ¿Te gusta ir de compras?
De compras para mí, no.
3. ¿Acompañas a tu mujer de compras?
Sí.
4. Tres tiendas en Barcelona.
Bel, Gonzalo Comella, Jean Pierre Bua.
5. Tres tiendas en el resto del mundo.
Paul Smith en Londres, Plein Sud en París, Donna Karan en Londres.
6. Tu prenda de ropa favorita.
Zapatos hechos a medida en Lobbs, Londres.
7. Lo que nunca te pondrías.
Pantalones bajos de tiro.
8. ¿Qué es una mujer elegante?
Una mujer que no es esclava de la moda.
9. ¿Qué es un hombre elegante?
Lo mismo.
10. Las tres mujeres más elegantes.
Marlene Dietrich, Audrey Hepburn, Romy Schneider.
11. Las tres mujeres más sexys.
Brigitte Bardot, Marilyn Monroe, Kim Novack.
12. Los tres hombres más elegantes.
Gary Cooper, Marcelo Mastroianni, Manolo Blahnick.
13. Una prenda que siempre resulte elegante en un hombre.
Un sombrero Montecristi.
14. Una prenda que siempre resulte elegante en una mujer.
La petite robe noire.
15. Tus tres diseñadores favoritos.
Nicolas Ghesquière, Balenciaga, Donna Karan.
16. ¿Dónde te hacen las camisas? ¿Dónde te cortas el pelo? ¿Dónde haces ejercicio?
Bel. Philippe Venoux. En casa.
17. ¿Es elegante la princesa Leticia?
Sí.
18. ¿En qué ciudad del mundo se viste mejor?
Las mujeres en París, los hombres en Londres.
19. Tres faltas de buen gusto imperdonables.
El gusto cambia: el buen gusto de nuestros padres es nuestro mal gusto.
20. La prenda de ropa que te gustaría que te regalaran.
Otras zapatos de Lobbs.
PS1: La fotografía es de Eva Blanch, una mujer guapa, lista, adorable y con un armario increíble de la cual hablaré próximamente.  
PS2: Y algún día también hablaré de tío Oscar (de como, un día, cuando yo tenía seis años me dijo, muy serio, que ningún hombre me querría jamás porque comía los espaguetis con las manos, y de cómo, cada miércoles, yo esperaba impaciente su llegada a casa de mis abuelos para ver cómo iba vestido, y de mil cosas más) pero hoy he preferido poner sólo sus respuestas al cuestionario.

martes, 13 de octubre de 2009

El traje nuevo del emperador




Me he comprado unos leggings. Negros. Me encantan, son los nuevos tejanos femeninos: son cómodos pero sensuales, se pueden llevar con todo y le sientan bien a todo el mundo. Creo que me voy a comprar tres pares más. ¿No es suficiente con uno? No, no, no. Quiero que los leggings se conviertan en mi forma de vida. Quiero un compromiso serio. Mis leggings y yo. Además, ¿no os parece que hay prendas de las cuales es muy difícil comprar sólo un ejemplar? Las camisetas de algodón o los braguitas o los calcetines, por ejemplo. A veces sueño que tengo un mueble con cajones y que dentro todo está ordenado. Sí, Mamá, sí, no te rías. Hay un cajón para los calcetines en el que realmente hay calcetines (es increíble, ya lo sé, pero los sueños son así), y además están limpios, emparejados y son los míos (no los de los niños). Y hay un cajón para las camisetas de algodón y otro para la ropa interior. Pues bien, en ese mundo ideal también habría un cajón para mis nuevos leggings. Me parece que voy a llevarlos cada día, con todo: con botas, con bailarinas, con camisas de hombre, debajo de los vestidos ligeros de verano, con chaquetas, jerseys y camisetas "oversize". Esta mañana me los he puesto para llevar a los niños al colegio. Llevaba las Birkenstock (parece que han bajado las temperaturas pero yo ya no me fío), los leggings negros y una camisa larga de cuadros rojos y negros. Estaba encantada de la vida. De repente, al llegar a la portería Noé (9 años) me ha mirado y ha pegado un grito: "¡Mamá!, ¡Has olvidado ponerte la falda! Vas sólo con medias." Héctor (2 años) se ha puesto a chillar: "¡Falda! ¡Falda! ¡Mamá falda!" ¡Parece mentira que sean mis hijos y que entiendan tan poco de moda! ¿Alguien sabe dónde puedo comprar una biografía de Coco Chanel para niños? 

viernes, 9 de octubre de 2009

¿Me regalas un otoño?


He decidido no volver a salir de casa hasta que llegue el Otoño (el de verdad, esto de ahora es una estafa), y si no me queda más remedio que salir, saldré de incógnito, me pondré una peluca (había pensado en algo oscuro y liso, siempre he soñado con ser una mujer misteriosa, ¿qué os parece?), me pintaré las uñas de negro (como hace Kate Moss, mi heroína) y saldré a la calle sin que nadie me reconozca. Es que este tiempo me está matando, y lo que es más grave, por su culpa, voy peor vestida que nunca. Cada mañana, desde que, en teoría, llegó el otoño, al levantarme me parece que ha refrescado, entonces obligo a los niños a ponerse un jersey (ignorando sus protestas y sus caritas congestionadas) y me pongo con decisión una chaqueta de lana encima de una camiseta de manga corta. Al poner un pie en la calle, me doy cuenta de que aunque estamos a 9 de octubre, ¡sigue siendo verano! Al cabo de cinco minutos no sólo estoy cargando con el pequeño Héctor, mi bolso y la mochila de deporte de Noé, al que tengo cogido de la mano, mientras empujo como puedo la sillita de Héctor (vacía claro, mamá es más cómoda que la sillita) , si no que llevo, además, los jerseys de los niños y mi chaqueta en los brazos. Llego al colegio, situado en la cima de una calle muy empinada, más acalorada y exhausta que si hubiese corrido la maratón de NY (algo que, por cierto, no se me ocurriría hacer en la vida). Una vez colocados los niños, vuelvo a casa. A medio camino, me doy cuenta de que a pesar del insoportable bochorno, están empezando a caer gotas. ¿Y sabéis como voy calzada? Con mis chanclas del verano. ¡Sí, sí, de verdad! Llego a casa con los pies mojados, la camiseta sudada y la chaqueta de lana nueva (muy bonita, eso sí) arrugada en los brazos. El resto del día es (desde un punto de vista estilístico) un desastre parecido. Salgo con tejanos y me muero de calor, salgo con un vestidito de flores (que me he puesto todo el verano, que me encantaba y al que ya detesto con toda mi alma) y tengo frío, me pongo una chaqueta y vuelve a hacer calor. Las Birkenstock del verano dan asco, para ponerme zapatos de invierno necesito calcetines, pero todos los calcetines han desaparecido, por fin me pongo unos de mi hijo mayor, salgo a la calle, me muero de calor. Y así todo el rato. Ayer por la noche salí a tomar una copa vestida con un vestido de volantes sin mangas negro con topos lilas y encima una camisa de hombre de rayas azules y blancas y calzada con las Birkenstock. En serio. ¡Es imposible ir bien vestida! O empieza el otoño o caigo en una depresión. Os lo advierto.

PS: La foto es de Greta Garbo fotografiada por Cecil Beaton. Yo también me voy a quedar tumbada en el sofá hasta que cambie el tiempo.

martes, 6 de octubre de 2009

Zapatos de tacón






Me encantan los zapatos de tacón... sobre todo cuando los llevan las demás. Adoro a esas chicas que dicen que ellas se los ponen hasta para ir a comprar el pan. Adoro a las que afirman sin ningún rubor que en realidad son comodísimos, que es sólo una cuestión de costumbre (siempre que lo dicen me imagino a las damiselas de la edad media tomando el té y comentando  que en realidad el cinturón de castidad no es tan incómodo, que es sólo una cuestión de costumbre, mientras se revuelven en la silla). Me encanta ver llegar a mi amiga Carolina en bicicleta y con tacones. Me encantan los zapatos de los desfiles, vertiginosamente altos, y la abnegación de las mujeres que los llevan. Me gustan porque son femeninos, frívolos, alegres, divertidos, festivos, bonitos, poco prácticos y absurdos (como algunos de mis mejores amigos...). Pero el problema es que no te permiten huir de un novio pesado (de hecho, para llevar tacones, una necesita un novio pesado al lado que esté atento a nuestro menor traspié y que se adapte al paso de tortuga vacilante característico de las que normalmente no vamos a comprar el pan con tacones ), ni volver a casa a pie cruzando la ciudad de madrugada después de una fiesta, ni bajar las escaleras del metro dando saltos con nuestro hijo pequeño. Algunos de los zapatos más bonitos que tengo son de tacón (de 10 cm), lo reconozco. Pero a menudo, en vez de ponérmelos, los coloco en una mesita baja que tengo a los pies de la cama y los observo con placer, como si fueran esculturas maravillosas. Así que he pensado que quizá voy a decorar mi nueva casa con mis viejos zapatos de tacón. ¿Qué os parece, chicas? ¿Lo probamos? ¿Dejamos de ponernos esculturas en los pies y empezamos a llevar zapatos de verdad? ¿Como ellos?   

sábado, 26 de septiembre de 2009

O un poncho o un hombre.



 Yves Saint Laurent (uno de los poetas más importantes del siglo XX) dijo una vez: "La prenda más bonita que puede vestir a una mujer son los brazos del hombre que ama. Pero para aquellas que no tienen esa suerte, estoy aquí." Pues bien, para las que (por nuestra mala cabeza) no tenemos esa suerte, para las que compramos en Z y no en YSL. Aunque yo, cada vez que paso por la tienda, y paso muy a menudo, me quedo fascinada mirando los bolsos. Hay uno en particular, de color gris, del que estoy locamente enamorada desde hace dos años, ya sé que es un amor imposible. El guardia de seguridad de la puerta ya me ha visto tantas veces que hasta me saluda...¿Me pregunto si les hacen descuento a los seguratas de YSL?... Igual podría ir a hablar con él sobre mi bolso... Creo recordar que incluso una vez me guiñó un ojo... En fin, no quiero desviarme de tema, como decía: para las que no tenemos ningunos brazos a parte de los nuestros, para las que (de momento) no compramos en YSL, tengo la solución para este invierno: El Poncho. Sí, en serio, no pongáis esa cara. Los he visto en casi todas las colecciones (los que no han hecho ponchos, han hecho capas, que es casi lo mismo pero de tela y no de punto). Me encantan, es una de esas prendas "reconfortantes" que te hacen sentir protegida (como los brazos amados o como una bufanda de cashmere o un pijama de hombre de seda). En fin, os he puesto la foto de mi poncho favorito (de mi tienda favorita, os hablaré de ella próximamente). ¿Qué os parece? ¿Me lo compro? ¿Sí? ¿No? ¿O me dejo de ponchos y me voy a hablar con el guardia de seguridad de YSL? Aunque no recuerdo cómo tenía los brazos...

martes, 15 de septiembre de 2009

Adiós, pirata.


He pasado todo el fin de semana en Cadaqués discutiendo con mi amiga Teresa sobre los pantalones pirata. No es que no tengamos nada más interesante sobre lo que discutir (sobre todo ella), pero resulta que en pocos temas estamos menos de acuerdo que en éste. Los pantalones pirata son esos pantalones ni largos ni cortos que desde hace un par de temporadas han invadido no sólo los armarios de las mujeres, sino sobre todo los de los hombres. El largo puede variar desde justo debajo de la rodilla hasta la parte alta del tobillo, en cualquier caso, siempre dejan el tobillo y parte de la pantorrilla al descubierto. A Teresa le gustan, mucho. A mí me horripilan, bastante. Y no me cabe en la cabeza que a mi amiga Teresa (inteligente, sensible y sutil) le puedan gustar. El otro día, en la playa, mientras ella se bañaba y yo hojeaba una revista, me armé de valor y decidí enfrentarme al problema y hablar con ella. No soporto los malentendidos con los amigos. En cuanto salió del agua, antes incluso de que se sentara a mi lado, sin darle tiempo a secarse, ni a ponerse la gafas, le dije: 
     -Teresa, tenemos que hablar. -Me miró perpleja a través de su flequillo chorreante-. En serio, no puedo entender que te gusten los pantalones pirata para los hombres, ¿no te das cuenta de que les infantilizan? ¿De que les hacen parecer niños que han dado un estirón y a los que los pantalones les han quedado cortos? Es una locura. 
     Teresa gruñó algo incomprensible, se apartó el flequillo y, con el tono que habitualmente utiliza con sus hijos, me dijo:
     -Mira, Milena, a mí me gustan porque me hacen pensar en Burt Lancaster, en galeones y aventuras. Y además, qué quieres que te diga, a mí me gusta ver hueso.
      No dijo músculo, no, ni siquiera dijo piel, dijo hueso. ¡Hueso! Y prosiguió:
     -No son tanto los pantalones, como lo que se ve debajo. Me pasa lo mismo con las camisetas imperio, no es que sean realmente bonitas, pero también me gustan por lo que enseñan. ¿Entiendes?
     Y con un gesto amplio señaló sus propios hombros y clavículas. 
     -¡Ah! -dije yo-. Claro. Los huesos, los tobillos, la pantorrilla, eso es lo que te gusta en realidad.
     Suspiré aliviada y me levanté para ir a bañarme. Cuando ya estaba con un pie en el agua, oí que me decía:
     -¡Aaaah! Un hombre con una pantalón pirata y una buena camisa de lino blanco...
     ¿¿¿Camisa de lino blanco???, pensé. ¿Lino? ¿Blanco? ¿En serio? Are u kidding me? Pero hacía mucho calor, así que no dije nada y me zambullí.
     Pero pensándolo bien, ¿cómo puede ser que no sepa que para los hombres son mucho más adecuadas -y  elegantes y masculinas- las camisas blancas de algodón que las de lino? 
     Me parece que la voy a llamar ahora mismo, esto no puede quedar así.
     
     
      

martes, 8 de septiembre de 2009

Breakfast at Zara's

¡Acabo de descubrir Zara! Sí... con un poco de retraso... ya lo sé... pero nunca he sido especialmente precoz para nada (bueno, excepto para la ropa, tal vez: mi madre cuenta que con apenas dos años, cuando ella abría mi armario, yo me ponía a gritar y a batir palmas de entusiasmo). Por lo visto Zara se me había pasado por alto. Cosas que pasan. Además, tenía ciertos reparos. Tuve un novio especialmente ahorrador que se empeñaba en que comprase allí como hacían su madre, sus hermanas y sus amigas, lo cual me sacaba de quicio. Obviamente. Pues bien, resulta que he pasado buena parte del mes de agosto en el Zara de Paseo de Gracia con Gran Vía (con frecuentes incursiones en el de Rambla Cataluña). ¡Para que luego digan que las personas no cambian! En agosto en Zara hace la temperatura perfecta, al cruzar el umbral de su puerta, uno dejaba atrás una ciudad insomne, sudada y llena de bichos, para entrar en un clima civilizado, tipo norte de Europa, tipo Barcelona en otoño cuando éramos pequeños. Quizá sea una táctica para que la gente empiece a comprar la ropa de invierno (yo desde luego piqué, soy una chica fácil, en pleno agosto estaba comprando, entusiasmada y super concentrada, botas de piel y chaquetas de lana...). Me pregunto si en marzo pondrán la calefacción a tope para que nos podamos empezar a comprar vestidos ligeros y camisetas. Mis amigas extranjeras también querían ir a Zara, al parecer todo el mundo sabe que los Zara de aquí son más baratos y están mejor surtidos que los de fuera. En la tienda (que es inmensa) había un ambiente increíble, estaba llena de grupos de turistas encantadas de la vida, aconsejándose y animándose unas a otras. Las colas en los probadores eran tan largas que algunas acabábamos optando por probarnos la ropa fuera, aunque luego no tuviésemos más remedio que hacer una larguísima cola para pagar. Era como si no hiciese un calor espantoso, como si no hubiese ninguna crisis, como si nadie estuviese solo en la ciudad. En Zara no se puede desayunar, ni siquiera entrar con un capucino en la mano (creo que en Tiffany's tampoco), pero es un muy buen sitio para perderse, para estar solo sin estarlo, para pensar en cosas importantes mientras te pruebas los séptimos leggings negros.  
PS: ¡Gané la chaqueta de Dries! 

lunes, 7 de septiembre de 2009

La felicidad es una chaqueta.

Supongo que se podría decir que soy un poco adicta a ebay... de acueeeeeeerdo... mucho... según los que me conocen y me quieren bien. Es cierto que entrar en ebay forma parte de mi rutina matinal, como desayunar dos veces, asegurarme de que los niños no vayan al colegio en pijama (o traje de baño o uniforme de jugador del Barça) y pelearme con mi madre (aunque últimamente, como estoy tan ocupada y he madurado mucho, eso sólo lo hago una vez a la semana aprox). En ebay se puede comprar y vender prácticamente de todo (una vez vi un anuncio para vender un fantasma... era inglés, of course) pero yo me dedico únicamente a comprar ropa, y,  ocasionalmente, a venderla (para poder comprar más). Hace unos días, cuando por fin en casa todo estaba más o menos bajo control, me senté al ordenador con mi café con leche del bar de abajo y, como hago cada día, antes de ponerme a trabajar, entré en ebay. Recorrí varias listas (suelo hacer la selección según la marca o el diseñador que ese día me hace ilusión) y de repente la vi: La Chaqueta. Perfecta. Azul. De piel. De Dries (Van Noten). En mi talla. Casi nueva. Baratísima. Me quedé sin aliento, el corazón me empezó a latir más aprisa, se me hizo un nudo en el estómago... Sólo me entenderán los que se hayan enamorado alguna vez. He de decir que creo en el amor a primera vista (de hecho es el único amor en el que creo, aunque como casi todos los demás, parezca destinado al fracaso). Inmediatamente, olvidando la crisis, mis  promesas de ahorro, mi depauperada cuenta, las recomendaciones y advertencias de mi madre, las llamadas de mi banquera y las veinticinco chaquetas que cuelgan de mi armario, hice una oferta. Pequeña. Muy razonable. Hay que tener en cuenta que no tengo ninguna chaqueta de cuero azul verdoso de Dries. Ninguna. En serio. Bueno, mañana sabré si he ganado la subasta. Creo que esta noche no podré dormir de los nervios.